ESTAMPAS.
El comedor como la casa toda tiene aspecto monástico. Blancas de cal las paredes, de anchas tablas encuadra el piso, macizo de vigas el techo, chatas las puertas, saledizas las ventanas, la pieza se amuebla sobriamente con un aparador, una mesa, un sofá y unos sillones de raíz de caoba, grandes fuertes, pomposos.
Dos ventanas cuadriculan su enrejado sobre la hondura verde del parque. Dos puertas abren al corredor. Una puertecita lateral comunica con la sala.
Tía Concha se regodea con la simetría. En el centro de la tapa de mármol del aparador hay un frutero con manzanas en pirámide, a cada lado perros de loza amarilla se miran de hito en hito.Encima, en los vasares, todo está en regla aparejado, teniendo siempre un motivo central: un reloj de campana, una taza con otra taza, un vaso con otro vaso, un mate de plata, un aguamanil con otro aguamanil, una huevera con otra huevera... Y como hay cinco tablas, de mayor a menor, formando triángulo, a la pirámide de manzanas corresponde la del propio aparador.
En la mesa larga y angosta el hule pone su gaya policromía. Al centro un pote verde desborda rosas rojas, después hay dos fruteros idénticamente provistos de duraznos, luego dos cántaros de greda de Quinchamalí, dos dulceras, dos platos con golosinas de repostero.
En una de las cabeceras está sentada tía Concha, a la derecha estoy yo, a la izquierda tía Anita. Cada cubierto es una maravilla de simetría. A veces, distraídamente, que bien conozco las manías de las viejecitas solteronas y hago por amoldarme a ellas, desplazo cualquier cosa y enseguida, y a una ojeada de tía Concha, avanza la sirvienta a colocarla en su justo sitio.
Tomamos once. Hay frescor, silencio, paz de cripta. Afuera se adivina calor.Aún no cantan los pájaros su alegría del atardecer.
Lentamente voy untando con miel de abeja la larga rebanada de tortilla hecha al recoldo, huelo a miel de trébol y la miga compacta sabe a trigo. Y el pan con miel me sirve para acompañar la leche cuajada que como golosamente, con una complacencia que hace sonreir a tía Anita e hincharse oronda a tía Concha.
Tía Anita y tía Concha bien pudieran ser las bíblicas hermanas de Betania. Tía Anita es la silente reconcentrada en el espíritu, tía Concha la activa ama de casa siempre avizor. Bordeando ambas la sesentena parece que diez años las separa. Y son mellizas.
Tía Anita es chiquitina, endeble, de caminar agobiado. Tiene pequeña la cabeza y en el pelo blanco una peineta antigua le afianza el moño. El cutis es pergamino surcado por innumerables arrugas, la frente de sien estrecha. Los ojos claros desteñidos de lágrimas, la nariz recta, la boca sumida sabedora de dolor, la barbilla aguzada por lo cóncavo de las mejillas.. Habla parca, serenamente, con tal ausencia de acción. La voz es queda. Viste de negro y un escudo de la hermandad tercera de la Merced pone rojo y oro sobre su corazón. ¡Pobre tía Anita! Rojo y oro...Lo que es ella: rojo de amor, oro de bondad. ¡Pobre! Tiene tal aspecto feble, tal dulzor, tal vejez, tal mansedumbre, que todos la rodean de ternura. Dan deseos de tomarla en brazos y dulcemente dormidita entregarla a la muerte que la ronda, entregarla como se entrega un niño dormido a su creador, que esta alma rojo y oro ha hecho de su vida una línea recta que irá a clavarse en Dios.
Tía Concha es baja y gorda, figura dibujada con tres esferas or mano infantil. La esfera de la cabeza tiene dos cuentas de azabache por ojos, una nariz respingona y una gran boca que ilumina la dentadura espléndida. El cutis es terso y rubicundo, el pelo negro apenas encanecido en las sienes. Las otras dos esferas visten hábito Carmelitano. Un delantal a cuadros café y blanco la protege ampliamente de manchas. Gruesa y laborada, una cadena de oro le serpentea por el busto, escondiendo el reloj en el pecho. Los cortos brazos esgrimen siempre un plumero, una escoba, una gamuza, un sacudidor, algo, cualquier cosa que sirva para limpiar. Al amanecer está en movimiento, pelota que rueda sin cansarse. En la noche, esperando la hora de reposo, teje para los pobres, moviendo los palillos con frenesí de prisa. Al hablar lastima con lo engolado de la voz y los ojillos vivaces escudriñan, detallan, se meten por los ojos del interlocutor hasta verle el alma.
Acabo de comer. Tía Concha ordena:
Tú y la niña iréis a misa de ocho, que mañana es domingo y es obligación oirla. Yo iré a la de seis.
¡A las ocho!... A las ocho ...murmuro consternada, ya que tengo las mañanas dormilonas.
¿Y no hay otra más tarde?
¿Más tarde? pregunta severa tía Concha. ¿Así que hallas temprano las ocho?
Es que veras...
Irás a misa de ocho, interrumpe firme, metiéndome la mirada en los ojos.
Bueno, digo resignada, iré a misa de ocho con tía Anita.
Tía Anita me mira y sonríe. Al sonreir la vejez se le hace más vejez, la mansedumbre más mansedumbre, el dulzor más dulzor y en proporción la terneza de quien la contempla crece. Dan deseos de besarla, de darle las gracias por saber sonreir, estando tan viejecita, tan triste, tan enferma.
Tía Concha, digo, quisiera ir al correo a ver si hay cartas.
El cartero ya pasó y no trajo nada para tí.
Tía Concha, insisto, si no me deja ir al correo esta noche no podré dormir de impaciencia.
Pero, ¿a qué vas?
A ver si hay cartas o carta, que con una me conformo...
Pero...
Bien puede ser que el cartero no sepa quien soy...que la carta está traspapelada...que la haya olvidado.
Bien puede ser...asiente tía Anita.
Bien puede ser...remeda tía Concha y luego, riendo maliciosa, agrega: Anda, ve, no es cosa que te pases la noche en blanco.
Y como brinqué fuera de mi asiento, pronta a escapar, me sujeta por un brazo.
Hay que rezar, dice.
Ambas están de pié. A una mirada de tía Concha murmura tía Anita:
Gracias te damos, Señor, por el alimento que nos habéis concedido.
Amén, contestamos.
MARTA BRUNET. Premio Nacional de Literatura.
MARTA BRUNET.
Premio Nacional de Literatura.
ANÁLISIS LÍRICO.-
Estamos frente a un cuento breve que gira en torno a un evento: la visita de la sobrina.
Es una narrativa realista, todo está dentro de parámetros normales.
El narrador o narradora, en este caso, es un personaje homodiegético. Puede ser protagonista y/o testigo.
Su conocimiento es relativo en un estilo directo en el que los personajes hablan. La utilización de los diálogos precisos, permiten integrar al lector en esa estampa rural acomodada. Los verbos utilizados son órdenes que no se pueden desobedecer y se aproximan a la realidad que la autora quiere trasmitir. Y lo logra.
Comentario aparte son las descripciones exquisitas del espacio físico que transporta a una casa colonial con lujo de detalles cuya presencia transparenta la personalidad de la dueña de casa. Su hermana, la hermana más débil, dulce y silenciosa también es exquisitamente descrita por la autora, de modo que convoca ternura y bondad.
En relación con el espacio psicológico, nuevamente, tenemos un personaje matriarcal, una "dama patricia" que dirige y piensa por los demás en una suerte de dominio establecido sin oponentes.
Dentro del espacio cabe lo religioso de esa época en un predominio de lo ritual por sobre lo espiritualmente humano, propio del contexto, sociedad y tiempo. Se podría decir que la atmósfera es sofocante, pero que los personajes ya habituados, no la perciben.
El tiempo es cronológico ad ovo.
FIGURAS RETÓRICAS.-
Marta Brunet hace uso de un lenguaje sencillo, pleno de costumbrismos chilenos, como también de figuras retóricas que enriquecen el relato.
METÁFORAS:
Hay frescor, silencio, paz de cripta.
Aún no cantan los pájaros su alegría del atardecer.
Tía Anita y tía Concha bien pudieran ser las bíblicas hermanas de Betania.
la silente reconcentrada en el espíritu.
El cutis es pergamino surcado por innumerables arrugas.
ojos claros desteñidos de lágrimas.
pelota que rueda sin cansarse.
Y por supuesto...otras más...
HIPÉRBATON:
Aún no cantan los pájaros su alegría del atardecer.
HIPÉRBOLE:
Tía Concha se regodea en la simetría.
¡Pobre tía Anita al Rojo y oro....
Dan deseos de tomarla en brazos y dulcemente dormidita entregarla a la muerte que la ronda...
Tía Concha es baja y gorda, figura dibujada con tres esferas por mano infantil...
¿ Así que hallas temprano las ocho?
detallan, se meten por los ojos del interlocutor hasta verle el alma.
SINÉCDOQUE:
pelota que rueda sin cansarse.
METONIMIA:
la vejez se le hace más vejez, la mansedumbre más mansedumbre, el dulzor más dulzor...
ANÁLISIS DE CONTENIDO.
Este cuento de Marta Brunet nos sumerge en una escena (estampa) rural de tiempos pasados, quizás a fines del siglo XIX o comienzos del XX. Como se percibe el contexto es altamente religioso desde el punto de vista tradicional e impuesto por la costumbre. Todo gira alrededor de las costumbres muy rígidas de dos hermanas ancianas, donde la aparentemente mayor es la matriarca. Nuevamente,la autora presenta personajes femeninos fuertes que imponen normas al resto de la familia y que ésta obedece. Ambas hermanas son opuestas, una frágil, dulce, tierna y sumisa. La otra, que dirige todo tan solo con la mirada, incluyendo la fe y religiosidad ritual presente en todo el cuento. La visita de la sobrina no rompe esa rutina. Ella como personaje, testigo y narradora se adapta a las órdenes y costumbres de la casa de sus tías entregándonos su pensamiento en hermosas descripciones de sus ancianas y opuestas tías, como del entorno concreto del salón y comedor de la casona. El ambiente es de limitación en cuanto a decisiones libres. Todo es impuesto por la tía "mayor" y obedecido silenciosamente por su hermana, sobrina y sirvientes.
Marta Brunet nos entrega una estampa rígida de esa época con personajes fuertes y muy débiles y nuevamente con la ausencia de hombres. Utiliza un lenguaje exquisitamente descriptivo con abundancia de figuras retóricas que nos permiten introducirnos en el cuento y vivirlo junto a sus protagonistas.